Uno no es culpable de nada, pero aun así se le quita la libertad. No tenemos porque sufrir con este castigo, pero siempre nos llega. Dejamos todo atrás para seguir y cumplir con esta sentencia. Quería evadir esta pena pero no pude evitarla, y creo que nadie puede hacerlo.
Esperé mi turno para los examenes pertinentes. Habian muchas personas que esperaban la decisión final. Esa que siempre quieres que nunca llegue. Tenían la cara demacrada y confundida, al igual que yo. Miradas perdidas y vagabundas, sentimientos encontrados así como sus pensamientos. No sabiamos cuanto duraría este encierro. Lo único que pasaba por mi cabeza es saber si volvería a verla como antes, al menos de vez en cuando.
Nos dirigieron hacia una especie de cuarto pequeño, el cual tenia algunos implementos. En el trayecto, percibía miradas extrañas, que estudiaban nuestra forma de ser, de donde proveniamos y cual era nuestro asunto ahí. Se escuchaban murmullos y pequeñas risitas que se mezclaban con un fuerte sonido. Cada paso lo estudiaba de forma cuidadosa, ya que no quería expresar mi nerviosismo. Mis distraídos compañeros se encontraban; algunos alegres, pues para ellos se les hace natural estas situaciones, a los otros, se les veia indiferentes.
Al no ver a nadie conocido, no tener con quien entablar una conversación de confianza, lo único que pude hacer es concentrarme en lo que me dijeran y tratar de mantenerme calmado ante cualquier persona o actividad que haría.
Recorriendo los pasillos, tratando de recordar el goce de mi libertad. Esa con la cual puedes ir a cualquier lado o hacer lo que te venga en gana. Solo recordarla me pone como un niño, que lo único que quiere es salir corriendo y tirarse en su cama bajo su manta y llorar de impotencia de cualquier acto injusto que se le haya cometido.
Ahora que me halló en este encierro, solo me queda estar tranquilo, pensar en lo que puedo hacer y como triunfar en la vida, ya que el trabajo es eso: el desarrollo del ser humano.
